Para mi amiga Irlanda Herrero por el tiempo
Dedicado a revisar mis textos.
Sentada en el último taburete de la barra, balanceaba los pies absorta en sus pensamientos, miraba los zapatos como iban hacia delante para después retroceder siguiendo siempre la misma trayectoria, aún sin verlos no retiraba sus pupilas de ellos, parecía estar a miles de kilómetros de aquella cafetería que tanto le gustaba, no adivinaba la primera vez que estuvo allí, igual fue antes de tener conciencia de su existencia, su madre la había llevado cada tarde después de clase, mientras ella hablaba con la amiga de turno, que variaba continuamente, pero siempre eran el mismo perfil: Rubias oxigenadas con largas uñas pintadas que tanto le repugnaban y vestuario tan vulgar como estereotipado, nunca se había detenido en conocerlas, ni tan siquiera se aprendía sus nombres porque rápidamente eran sustituidas por otras que resultaban ser, según su propia madre, mejores que las anteriores, aunque ella seguía viéndolas iguales, como hechas en serie.
Estaba intentando recordar cuántos camareros conoció, cuántas veces habían cambiado esas cortinas que nunca llegaban a ser blancas, siempre había una nebulosa de humo que acaba tiñéndolas de amarillo, le encantaban los ventanales donde a veces pegaba la nariz solo para ver el ir y venir de gente, e imaginar qué hablarían o intentar leer su pensamiento, a menudo establecía diálogos imaginarios entre los transeúntes.
A penas con unos años, un señor de bata blanca anunció a su madre que era un caso muy particular, ella podría escuchar todo aquello que acontecía a su alrededor, pero sería incapaz de pronunciar las palabras. Ante esa noticia su progenitora lloró durante días, y comenzó su larga itinerancia de colegios para “niños mágicos” o algo así, le contaba desde la parte delantera del coche cuando la llevaba a conocer un nuevo centro. A su madre parecía no gustarle ninguno, a pesar de ser una mujer con poca formación, era luchadora y su falta de conocimiento lo suplía con sus ganas, nunca se rendiría ante la adversidad y mucho menos consentiría que tratasen a su hija como a una estigmatizada.
Martina, sin embargo, a sus seis años era capaz de mesurar el valor de las palabras y la importancia que tenían, jugaba con ellas, en su mente realizaba discursos que a esa edad son impensables, hacia raros silogismos, sentía una fascinación casi enfermiza por ellas.
Afinaba su oído pues el sonido de las palabras tenía en ella un efecto casi hipnótico, la musicalidad de algunas, la arrogancia de otras, ¿qué mágico poder tenían sobre ella que jamás podría emitirlas?
Esa tarde tenía algo de especial, la cafetería estaba más llena de lo habitual y la calle no le resultaba tan entretenida, veía a madres corriendo como posesas con su hijos de la mano, con impermeables y botas de agua, todo el glamour acuático en plena pasarela de este barrio, que carecía del mismo. La fuerte lluvia hacia que la imagen de los paseantes habituales, que ella conocía casi íntimamente por las veces que había jugado con los entresijos de su imaginación e incluso le había dado nombres para diferenciarlos, no aparecieran ese día.
La meteorología había trucado por completo las escenas cotidianas que ella contemplaba desde su lugar privilegiado en el Café Paris.
Absorta en su mundo interior levantó la cabeza y contempló, a su madre, era tan guapa como las mujeres que salían en las portadas de revistas, siempre y cuando no abriese la boca, hablaba durante horas con cualquiera que se prestase, sin llegar nunca a decir algo concreto.
El resto de la gente de esa mundanal cafetería hablaban casi a gritos, entraban y salían nuevos clientes, las mesas cambiaban de personas sin que a ella le diese tiempo a ubicarlos; se escuchaba continuamente;
- Manolo dos cortados y una de churros con leche templada- ella intentaba repetirlo cada vez que lo escuchaba pero era incapaz, sólo podía hacerlo en su mente.
En clase, ese mismo día, había tenido taller de lectura. De entre todos los posibles, ese era el que más le atraía, pues la fascinación por las palabras le hacía que inventase mundos donde ella hablaba y no tenía que llevar siempre ese cuaderno que se convirtió en su compañero desde que aprendió a escribirlas.
Pensando sin más, se le iluminó la cara, ¿qué pasaría si las palabras ya no significasen lo mismo?, en ese preciso instante Martina conectó su imaginación y desapareció todo atisbo de realidad…
Los diccionarios llevaban tiempo pensándolo. Cada vez, los humanos utilizaban peor los significados, desajustaban términos, no conjugan bien los verbos, después de debatirlo fueron a visitar a la princesa de las palabras, para hacerle una propuesta.
- Martina hemos venido a ti, visto que realmente estamos en desuso, hemos decidido mantener una reunión con vosotras, para hacerle la guerra a los humanos. Vosotras, las palabras, estáis siempre al servicio de ellos y nosotros custodiamos vuestro valor de la misma manera que vigilamos el empleo que hacen de vosotras, y todos hemos concluido que no valoran vuestros significados, ni a nosotros nos tienen en estima.
Nuestros hermanos “los sinónimos” han firmado la paz con sus eternos rivales “los antónimos”, incluso los de países más lejanos han firmado alianzas para esta guerra.
Tras pensarlo un momento, la princesa de las palabras contestó;
- ¿Cuál será nuestro papel en la guerra?- no estaba muy convencida del todo, Martina sabía por experiencia lo que ocurrió en Babel.
- Está todo calculado, - respondió “El General Enciclopedia”- vosotras cambiareis de significados, nosotros os daremos los nuevos tras una combinación aleatoria.
La princesa arrugó su t casi convirtiéndola en una ñ, a sabiendas que en muchos de los diccionarios allí presentes no conocían a ésta, se sentó sobre su M que era la que soportaba mejor el peso, y se quedo dubitativa…
- General, explique mejor la situación, no puedo enviar a mis súbditas a la guerra sin tener bien definido el plan bélico.
- Bien sencillo, la palabra rosa ahora significará sombrero, aunque siga ejerciendo como tal, el verbo correr ahora será esgrimir, y la guerra se dirá cultura, mientras las estrellas tomarán a las basuras.
Se quedo la estancia en silencio y desde fondo se escuchó un grito
- ¡Naveguemos a la Cultura!
- ¿quién ha hablado? – dijo la princesa Martina
- Soy locura, quise decir vayamos a la guerra, cambio mi significado por el de magia, si ella y los diccionarios están de acuerdo, siempre quise llamarme así.
Clausuraron la reunión, firmaron las alianzas para su cruzada contra los humanos y nombraron a la Princesa Martina espía del mundo conceptual en el mundo real.
En su fábrica onírica se encontró de nuevo en el Café Paris, todo había cambiado, simulaba todo un teatro de lo absurdo, pues los que leían los diarios tenían ojos de asombro, los que estaban en las mesas se gritaban, pero no se entendían, el camarero que antes relataba pedidos no era capaz de entender lo que significaban y al intentar explicar a sus compañeros aún se enmarañaba más la situación. Ella la única capaz de conocer lo que sucedía, la miraban todos como si de una loca se tratase, porque no dejaba de reír a carcajadas.
Su madre como el resto de clientes, agitaba los brazos y parecía muy enfadada con el caos reinante, le dirigió una mirada y Martina le devolvió la más dulce de sus sonrisas, al verla se paralizó el tiempo, la comunicación entre ellas se aisló por esos instantes, sin palabras, sin gestos, Martina le explicó cómo se sentía ante el resto del mundo por no poder decirles todo aquello que sentía y quería…
El desconcierto siguió el tiempo que duró el café a media tarde, no sé sabe qué pasó con miles de e-mail recibidos y no entendidos, ni los sms incapaces de ser descifrados por tantos bailes de “q” y de “xq” . Nadie supo explicar porqué no hubo accidentes si en las señales de STOP se leía MARGARITA y las noticias parecían jeroglíficos.
Lo que si podemos decir, que el valor de las palabras es incalculable y los que vivieron esa tarde del Café Paris, saben que mejor es el silencio que no emplear bien las palabras, porque ellas cobran vida y son las causantes de sentimientos, de fantasías, y a veces de las dolores que no dejan huella en la piel pero si en nuestras vidas…
carmeloti